Con calculada intensidad creciente, como considerando que ya se le acaba el tiempo de mandato, el presidente Gustavo Petro incrementa la agresividad de su discurso, incluso con peligrosos señalamientos que ponen en claro riesgo la vida de senadores de la República. Este primero de mayo, pese a atacar por la superficie al Eln y a su máximo jefe, alias ‘Antonio García’, el mandatario recogió la bandera de esa guerrilla, y aun su consigna de guerra, fragmentada. Aunque el propósito formal de la intervención del jefe de Estado en la Plaza de Bolívar de Bogotá, con ocasión del Día del Trabajo, era impulsar la consulta popular que radicó en el Senado, su discurso estuvo abiertamente impulsado por llamados a la guerra.

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En su intervención de una hora y ocho minutos, con la espada de Bolívar por delante, y con guantes blancos calzados para cogerla (los cuales, por momentos, le dieron una apariencia de mimo), el presidente Petro arremetió con virulencia contra el Senado de la República y contra todos los que puedan estar en desacuerdo con la consulta popular que impulsa con 12 preguntas, a quienes no tuvo ningún problema en insultar tratándolos de “HP”, abreviatura que en primera instancia, en el uso popular, significa claramente “hijueputa”. Así había tratado la semana pasada al presidente del senado, Efraín Cepeda, en una actitud que ya desdibujó la dignidad y la moderación que encarna la primera magistratura del país.

“Tengo que decirlo con franqueza, el que vote no, o no quiera estas reformas, es porque es un HP esclavista…”, dijo, y aunque después trató de matizar su insulto (“No he dicho ninguna grosería. Ojo. HP: honorable parlamentario, periodista o político”), lo que hizo fue dejar al descubierto un rasgo de su personalidad que constituye un caso clínico perfectamente diagnosticado: el de la conducta pasiva-agresiva, que se manifestó en varios apartes de su discurso contaminando seriamente las buenas intenciones que pueda tener la consulta y que reiteran la peligrosa actitud y el tono provocador del mandatario.

Gustavo Petro y los símbolos del Eln

Empezó por descalificar la malla protectora con que las autoridades guarecieron el Congreso de la República para resguardar ese emblemático lugar de acciones vandálicas, como ha ocurrido en otras ocasiones. El presidente Petro, sin embargo, dio su interpretación maniquea, pues afirmó que ese abrigo estaba ahí “[…] como diciendo: ‘Les damos la espalda. No los oímos. Queremos quedarnos allá guardados, escondidos’, quizás con miedo, detrás de esa gran falda negra que le han puesto como si fuera una mortaja”, es decir, la vestidura en que se envuelve un cadáver para el sepulcro. Y como vio el poderoso efecto retórico que consiguió entre los asistentes con esa expresión indefectiblemente asociada a la muerte, la usó a lo largo de su intervención.

Después se refirió a una bandera de fondo rojo con un rombo rojo y en el centro un rectángulo negro. Pero el presidente Petro solo destacó dos colores, omitiendo el blanco: “Quiero anteponer esa bandera roja y negra frente al negro del Congreso porque me parece simbólico. Aquí la bandera roja y negra está con el pueblo. Allá, rodeada por la mortaja negra están dizque los representantes del pueblo”, desconociendo que también fueron elegidos democráticamente. “¿Qué significa la bandera? Esa bandera la hizo Simón Bolívar [y] […] él mismo la llamo la bandera de la guerra a muerte”, dijo.

Por qué roja y por qué negra: porque el negro es la muerte y el rojo es la libertad. ¡Significa esta bandera libertad o muerte! […] Esta bandera que yo antepongo contra esas rejas negras que tiene el Capitolio de Colombia significa que hoy por hoy el pueblo de Colombia […] dice que llegó la hora del pueblo. ¡Ha llegado la hora del pueblo! ¡No hay paso a tras! ¡No hay paso atrás! Que lo oigan con toda claridad: es la libertad y punto. ¡Llegó la hora de la decisión! Llegó la hora de la democracia, llegó la hora de la república, y está en manos del pueblo. Por eso [los congresistas] se esconden allá entre la mortaja negra y nos obligan a levantar la bandera de la libertad o muerte, la bandera del pueblo de Colombia hoy […]”.

Resultan sobrecogedoras las palabras del mandatario que recogen también buena parte de la simbología del Eln, cuya bandera es roja y negra, y su consigna de guerra se sintetiza en el acrónimo ‘Nupalom’ (“Ni un paso atrás; liberación o muerte”). Eso, pese a haber atacado más adelante al jefe de ese grupo, alias ‘Antonio García’. La doctora en Antropología Social de la Universidad Federal de Santa Catarina (UFSC), Brasil, Andrea Lissett Pérez explicó en su artículo ‘La presencia de lo religioso en la militancia revolucionaria’ que ‘Nupalom’ es como “una orden frente a la cual no se discute ni se vacila y cuyo mensaje es contundente: la entrega total, absoluta, en pro del ideal máximo […], donde la muerte aparece como un presupuesto ‘lógico’ completamente justificado, e inclusive, deseado en cuanto contribuye a ese ideal”.

El discurso pasivo-agresivo de Gustavo Petro

Toda la intervención del jefe de Estado se movió por la brumosa frontera que hay entre las amenazas veladas y los mensajes en apariencia tranquilizadores, dejando en evidencia la conducta pasivo-agresiva que, según el doctor Daniel K. Hall-Flavin, en la sección virtual de consultas de la prestigiosa Clínica Mayo, tiene entre otros estos signos: “Resentimiento y oposición frente a las exigencias de otros, sobre todo a las exigencias de personas en posiciones de autoridad. Resistencia a la cooperación, procrastinación y errores intencionales en respuesta a las exigencias de otros. Actitud cínica, sombría u hostil. Quejas frecuentes sobre sentirse subestimado o engañado”.

“Nos obligan a levantar la bandera de la libertad o muerte […] no porque nos vamos a una guerra. Ya venimos de ella y estamos cansados de ella. Es porque queremos que se sepa que estamos decididos […] a que hay democracia en Colombia o aquí cambiamos entonces las instituciones”. Y a los congresistas: “¿Qué hacen asustados del pueblo? ¿Por qué no salen a mirar al pueblo? Los invito […]. Aquí no los vamos a tratar mal como nos han tratado. Aquí no los vamos a humillar como nos han humillado. Aquí los trataremos con dignidad así ellos no hayan tratado con dignidad al pueblo de Colombia”.

Más adelante, el presidente Petro, en plural, ya no aludiendo al material que cubría al Capitolio, sino a los congresistas, aseguró en otro giro retórico que, por extensión, dio a los legisladores la calidad de cadáveres: “Tenemos un Congreso que cuando se dice comunidad, piensa que es comunismo, y entonces se llena de mortajas negras”. El remate de este pasaje no pudo ser más amenazador, con un tono imperativo y de supremacía sobre el Legislativo, como si fuera su subordinado: “No quiero las mortajas negras del Congreso, sino un Congreso abierto al pueblo, porque existe exclusivamente por el pueblo”. Y si es como quiere el jefe de Estado, “no levantamos tampoco más esta bandera que levantó Bolívar [de “libertad o muerte”]”.

“[…] ¡Que no obliguen a levantar esta bandera al pueblo! No es por parte de nosotros una amenaza, pero sí es una decisión”, dijo el mandatario en tono airado. […] Allá [en el Congreso] están pensando: ‘Uy, de rabia, no les aprobemos la consulta’. Sí, cómo no”. Y blandiendo la bandera de “libertad o muerte” preguntó: “¿No aprueban la consulta? ¡Sí, cómo no!”. Pero esa actitud claramente agresiva derivó en pasiva: “No les vamos a hacer nada. Nosotros no somos como ellos […]. Nosotros no les vamos a hacer lo mismo [asesinatos y desapariciones]. Del presidente de Colombia siempre han tenido ellos y sus familias las garantías de la democracia. Pero no nos pongan velitos negros de mortaja”. Y una más: “Si el Senado no le hace caso al pueblo, me voy a amarrar al sillón con unas sogas a ver qué pasa. Me sacrifico [risas]. No mentiras, mentiras […]”.

Con la misma estrategia ambivalente advirtió también que, si el Congreso no aprueba la consulta popular, el pueblo de Colombia se levanta y los revoca. “Y no crean que va a ser como ellos piensan. Porque el ladrón juzga por su condición. Ellos creen que vamos a entrar como una estampida, que pudiéramos, y que vamos a llegar allá y los vamos a sacar aquí a la fuerza. No señores. Nosotros somos respetuosos de la libertad humana y de la dignidad humana y los respetamos porque son seres humanos”. Olvidó que hace pocos días le dijo “mucho HP” a Cepeda.

La muerte, constante en discurso de Gustavo Petro

La muerte, después de ser invocada en la bandera roja y negra, inspiró otros pasajes de su discurso: “Aquí no hay aristocracia, porque si hubiera existido un rey, le hubiéramos cortado la cabeza como en París y en Francia […]”; “Una comisión con algunos representantes del pueblo […], no muchos porque se nos mueren de pánico allá adentro [en el Congreso] y no queremos ningún muerto, va a ir y va a entregar el texto de la consulta popular”.

Luego infirmó sobre el asesinato de Alberto Peña, un militante de la Colombia Humana, en Miranda (Cauca), cuando invitaba a la marcha con un megáfono. El mandatario pidió un minuto de silencio, algo que no hizo por los siete militares asesinados en el Guaviare ni por los demás miembros de la fuerza pública abatidos en los últimos días como consecuencia de un plan pistola, y urdió una peligrosa relación, una verdadera falacia: “Alberto es el primer muerto gracias a las decisiones de ese Congreso. A Alberto lo matan por [el senador Miguel Ángel] Pinto, por haber negado el tránsito de la ley de la reforma laboral. Y aunque no lo ordenó, señora [Nadia] Blel, la sangre de Alberto hoy la ensucia a usted y a su familia”.

Decía Thomas Hobbes que el orador se enfrentaba a un dilema en sus discursos: o decía la verdad y faltaba contra la audiencia, o mentía y faltaba contra Dios. La respuesta de la muchedumbre de simpatizantes del presidente frente a sus graves afirmaciones contra los senadores de la Comisión Séptima que hundió su reforma laboral hizo pensar en el filósofo inglés. “¡Asesinos!”, les comenzaron a decir a los legisladores.

Para cerrar este capítulo del asesinato del militante de la Colombia Humana, y un poco antes de tomar la espada de Bolívar en sus manos, el mandatario dejó otro vestigio de conducta pasiva-agresiva que siembra de dudas el verdadero curso de su acción política: “Mis ancestros hablan de las deudas de la sangre, porque es sangre también de mi familia, porque mi familia ya no es solo Petro; mi familia es el pueblo de Colombia. Y han derramado sangre de mi familia. Y de donde vinieron mis ancestros eso no se perdona. Se devuelve. Pero yo no lo voy a hacer”.

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